Dichosos los pobres de
espíritu... Es decir quienes tienen un corazón lleno de amor por su Padre Celestial, sin maldad o
avaricia, los que se apartan del mundo indiferente a la fe de Dios. Los
pobres en espíritu aman a Dios, viven sedientos de su presencia, practican sus mandamientos. En cambio los incrédulos son orgullosos, soberbios, prepotentes, altivos y auto suficientes,
no aceptan su necesidad de Dios.
Dichosos los pobres de espíritu...La persona con sabiduría de Dios es humilde de corazón, es como árbol plantado a orillas del río y da buen fruto, sus hojas no se marchitan y está vigoroso y verde. El árbol simboliza felicidad y plenitud de vida, las aguas simbolizan la palabra de Dios que nos limpia el alma. La palabra de Dios es el espejo divino que muestra el estado del alma y nos corrige para librarnos del engaño y de la confusión, pues el corazón humano es engañoso, malo y perverso. Jeremías 17:9 y su palabra es verdad.
Dichosos los pobres de espíritu... Renuncian a su ego, crucificando los deseos de la carne, de
los ojos y dejan la vanagloria de la vida. 1 de
Juan 2:15-16 dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo,
pues si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque todo lo
que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la
vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” Los
pobres en espíritu crecen en su proceso de santificación, se purifican día a día, anhelan ir al cielo y en todo tiempo dependen de la dirección de Dios.